Esto, cada vez con más ejemplos, nos va acercando a un país – no reino– en el que todos subsistiremos de lo que nos dé el Estado;  la “teta” publica, perdón por lo de teta. Si la Revolución Francesa la encendieron los sans-culottes hambrientos que tomaron la Bastilla, la española del siglo XXI la lideran los contribuyentes, que nos hemos convertido en la aristocracia fiscal que son los que aguantan todo este tinglado. Y ahora se suman los que perciban el nuevo salario mínimo, muy a pesar de la Yoli. Hoy, casi 20  millones de personas en este Reino de España,  dependen de una pensión, un subsidio o una contribución pública, es decir, una paguita una ayudita.  Dicho de otro modo: el Estado es la única institución que mantiene a más de la mitad de la ciudadanía.

Mientras tanto, la generación de los boomers, que creció con los sueldos blindados de la era Felipe González, se jubila con pensiones que harían llorar de envidia a cualquier mileurista del siglo XXI. Y, claro, como todo lo bueno en este país, es insostenible. Se necesitan casi 20 millones de cotizantes extras para sostener este castillo de naipes antes de que la guillotina caiga.

Yo pertenezco a esa generación, que llenaba los parques de niños y jugábamos en la calle. Éramos muchos. Y ya somos viejos. El desembarco de los de mi generación será paulatinamente y convertirá a la Seguridad Social en un Apocalipsis Now, un desastre anunciado en el que sólo sobrevivirán los más listos (o los que ya estén bien colocados en la administración pública). Durante las próximas tres décadas, cerca de 14 millones de españoles se retirarán a su dorada jubilación. Y el sistema de pensiones, que ya está al borde del colapso, cuando ni siquiera ha empezado la fiesta. La solución, según Sánchez: que la natalidad suba mágicamente y también traer inmigrantes a lo bestia.

De momento, han conseguido maquillar las cuentas un rato con subidas de cotizaciones y más impuestos, pero esto es como intentar llenar una piscina con un cubo mientras hay una grieta del tamaño de una guagua en el fondo.

Antes de 2050, cuando ya todos los boomers  que sobrevivan estén cobrando la pensión, los que seguimos trabajando estaremos pagando un sistema que hace aguas por todas partes y no da para todos. No hay camas pa tanta gente, como cantaba Celia Cruz. Así que mantengamos una certeza, idea cada día más sólida, cuando llegues a los  67 años, vas a seguir trabajando porque no hay otra opción. Y cuando todo esto pete, los mismos que ahora lo niegan dirán que «nadie podía haberlo previsto».

Y lo que pasa es que ahora los nuevos Luis XVI son los del sector privado. Y la guillotina les espera. Hay que asfixiarlos hasta cargárselos o que también vivan de la subvención o la ayudita para tenerlos dominados y cogidos por donde se debe. Hace dos siglos, los reyes se aferraban al absolutismo mientras la revolución les montaba el cadalso. Ahora, los trabajadores, empresarios y autónomos del sector privado juegan el mismo papel: exprimidos a impuestos, asfixiados por el coste de la vida y viendo cómo sus cotizaciones desaparecen en el agujero negro del sistema público. Y si son autónomos y/o empresarios pue no rechistes que eres un «privilegiado» y ojito que no te tilden de ultraderechista. Y es que esto no es el Estado del bienestar, es el Estado financiador de los no contribuyentes.

Mientras tanto, la corte crece. Aquí en este reino se ha reinventado el concepto de nobleza: en vez de títulos y castillos, ahora se llevan los asesores a dedo, los altos cargos con sueldazos y los funcionarios en expansión constante. Cada mes se contrata más personal público, maquillando las cifras de paro como si fueran los gastos del monarca en Versalles.

Un modelo sin cabeza. Luis XVI acabó en la guillotina por no saber gestionar la crisis económica. Aquí, en cambio, el problema es que no hay un solo rey, sino una jauría de burócratas engordando el aparato estatal. A diferencia de Francia en 1789, aquí nadie parece preocupado por el equilibrio de cuentas y si por tener el smartphone de última generación. Se suben las pensiones, se multiplican los subsidios, se amplían las administraciones, pero nadie se pregunta quién pagará todo esto cuando los que sostenemos el tinglado dejemos de contribuir a las arcas, porque simplemente estaremos muertos.

La revolución ha cambiado de bando. Antes, los rebeldes eran los que querían libertad frente al Estado; ahora, los que piden sostenibilidad fiscal son tachados de insensibles, mientras la Bastilla de los subsidios sigue acumulando prisioneros de la dependencia pública, que crece, crece y crece.

Y cuando todo esto estalle, no habrá guillotinas, sino una estampida de jóvenes escapando de este reino, donde tratan mejor a los de fuera que son los que se quedaran y los de antiguos habitantes buscaran en otro sitio lo que aquí se les negó la esperanza y el futuro.

Es obvio que cada vez disponemos de menos parcela de libertad  individual porque este Gobierno lo regulan todo, hay una hiper regulación brutal y en lo que respecta a la fiscalidad feroz no es menos, y me veo obligado a razonarla mínimamente, esto es;  la legalidad o legitimidad de las normas impositivas crecientes, no impide, como cualquier norma –entiéndase aquí, ley o mejor decreto ley–  constituyen siempre restricciones del Estado a la libertad individual, por lo tanto, crecen las normas, disminuye la libertad.

Y termino con una frase que se le atribuye a Milton Friedman:  “Cobramos cada vez más impuestos a los que trabajan para regalar cada vez más dinero a los que no trabajan”.

LOS LUNES CON JUAN INURRIA

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