Roma nos enseñó muchas cosas. Nos legó el derecho, los acueductos y una pasión desmesurada por la teatralidad del poder. Los cónsules, emperadores y senadores sabían que el atuendo no era un capricho sino una declaración de intenciones. Y llegó Brian Glenn, el más estiloso de los tribunos trumpistas, para recordarnos que, en tiempos de guerra, lo que realmente importa no es la lluvia de misiles, sino la caída de los trajes. Con una indignación digna de un patricio romano que ha visto a un bárbaro entrar en el Senado con sandalias, Glenn se ha erigido en el Catón de la Casa Blanca, denunciando el ultraje sartorial de Zelenski. ¿Cómo se atreve el presidente ucraniano a pisar el sagrado suelo americano sin un traje que exprese gratitud? ¡Qué falta de respeto! ¡Qué afrenta al buen gusto!

He decidido centrarme en esta banalidad para iniciar este artículo de lunes, pero lo que realmente importa es el acoso y  mobbing diplomático y la encerrona de Trump y su vicepresidente a Zelenski.

“Se puede juzgar un libro por su portada”. Poco importa que Zelenski esté al frente de un país en guerra, invadido por Rusia, que cada aparición suya sea un intento de mantener viva la causa, aunque ya le queda menos. Lo relevante, parecía ser, (cuando le dio la mano Trump en la entrada de la Casa Blanca) es  que si ha pasado por Brook Brothers antes y que la gratitud se muestra con un buen traje. Porque, como todo el mundo sabe, las guerras se ganan con  un buen sastre.

Zelenski no es un político al uso y parece que también poco manejable.  Que su imagen de líder en ropa militar no es casualidad, sino un mensaje. Un recordatorio constante de que está en guerra, de que mientras él pide ayuda en Washington, sus compatriotas se baten en las trincheras, no asisten a cócteles de embajada. Ahora Rusia se frota las manos, y Europa, pues ahora mismo Reino Unido y Francia buscan un plan. ¡oju que plan! Y eso que a mi Trump no me caía mal.

Hablando de imperios y de Rusia, la España del siglo XXI, se parece a la Rusia Imperial: Nobleza, dachas y pequeñas comodidades. Hubo un tiempo en el que los zares premiaban la lealtad con fincas extensas, joyas de valor incalculable y palacios bañados en oro. Hoy, en este reino moderno y progresista, las recompensas son algo más modestas: un pisito de lujo en el centro de Madrid, una nómina mensual sin trabajar y viajes oficiales con las maletas pagadas por el Estado, por ustedes y por mí. Vamos, un sistema que haría palidecer de envidia a cualquier boyardo de la corte de Nicolás II.

La historia de Jéssica Rodríguez y de Ábalos parece sacada de las memorias de algún cortesano ilustrado. Según testificó ella ante el Tribunal Supremo, su relación con el entonces ministro de Transportes le reportó una serie de beneficios que harían sonrojar al más osado de los oligarcas. Con la generosidad propia de un mecenas renacentista, el buen Ábalos se encargó de cubrirle los estudios, financiarle la vivienda y garantizarle un sueldo público. De esos de los que cada vez hay más.

La musa de este cuento empezó su travesía en el centro de Madrid, donde, según su testimonio, tuvo la gran suerte de que el propio Ábalos le propusiera elegir casa, como zarina en busca de la dacha perfecta. Y, claro, cuando se tiene buen gusto y mejores contactos, la elección recae en una modesta residencia en Torre Madrid con un alquiler de 2.700 euros mensuales. Detalle sin importancia: según la investigación, el piso fue financiado, al menos en su mayoría, por un empresario vinculado al “caso hidrocarburos”. Pero no seamos mal pensados, seguro que todo fue fruto de un afortunado cúmulo de coincidencias. O un invento de la ultraderecha, como no dudaran en calificar.

El destino de nuestra protagonista no se limitó a la vida palaciega, también hubo espacio para el trabajo… aunque sin trabajo. Porque una historia de éstas no puede estar completa sin un empleo público bien remunerado y libre de fichar, ni de aparecer, como el hermanísimo de Sánchez. Lo cierto es que Jéssica aterrizó en una empresa pública dependiente del Ministerio de Transportes, donde cobraba sin necesidad trabajar, al menos ahí, o eso dicen. Y cuando ese capítulo se cerró, no hubo mayor problema: en un nuevo contrato en otro sitio, con la misma técnica.

Pero la elite política no vive solo de contratos públicos, también se nutre del placer del viaje. Y aquí, la vida de Jéssica tuvo un toque de novela de Tolstoi: Londres, Moscú, Abu Dhabi, Sevilla… un tour diplomático de ensueño sin que su cartera sufriera el más mínimo rasguño. Según relató ante el juez, ella no cobró por asistir a estos viajes oficiales, simplemente iba “a gastos pagados”, como si fuera una gran duquesa invitada por la benevolencia del zar.

El caso, por supuesto, no está cerrado. Ahora se avecina un desfile de testigos, vamos a esperar. Mientras tanto, el contribuyente español, ese mujik moderno que financia estas Cortes contemporáneas, sigue pagando sus impuestos con la esperanza de que algún día le toque, aunque sea, una propina de este gran festín. Pero no nos engañemos: en el Reino de España del siglo XXI, como en la Rusia imperial, la nobleza siempre tiene reservados los mejores asientos.

Así como plebeyo te puedes ir enterando de que en la inagotable saga de reformas laborales, la Yoli ha decidido lanzar su propuesta particular del control horario, con un nuevo sistema digitalizado que promete bailes entre sindicatos y empleados. Al menos eso esperamos que los primeros defiendan a los que deben. Y es que ahora se propone fichar más, no solo a la entrada y la salida (entre nosotros esto no vendrá mal para según qué sitio). En cualquier caso, será un control constante en el centro de trabajo, oficinas mayormente.

Un amigo, exsindicalista como yo, me dejó ojear la propuesta, y es que imaginen la escena: que un empleado se levanta de la mesa para ir al baño y, ¡zas!, tiene que fichar. Que vas a por un café, a fumarte un puro, un cigarro, pues a fichar, porque esos minutos de insurrección podrían ser descontados de la nómina. ¡Ay mi madre! Algunos o algunas agotaran la máquina de tanto fichar en un día. Y todo se desarrollará en un ambiente laboral relajado, sin presión ni estrés, solo con una leve sensación de estar atrapado en una novela de Orwell.

Ahora bien, ¿qué será de la tradicional pausa para el café? O del cigarro. Esa española costumbre de socializar y arreglar el mundo entre sorbo y sorbo, mientras los usuarios hacen cola. Pues también   se convertirá en una actividad clandestina.

Lo cierto es que la flexibilidad y la confianza en el empleado han sido sustituidas por una app, que lo medirá todo. Lo próximo será, sin duda, implantar un chip en la cabeza que calcule hasta los pensamientos improductivos. Y cuando eso ocurra, amigos, más nos vale pensar con ganas, porque a lo mejor hasta nos descuentan por soñar despiertos.

Y esto ha sido el lunes de Carnaval.

LOS LUNES CON JUAN INURRIA

×

¡Hola!

Haga clic para chatear por WhatsApp

× ¿En qué podemos ayudarle?