“Hoy en día, elegir a un papa lleva menos tiempo que ser atendido por un especialista en la sanidad pública o saber cuántos escoltas tuvo Ábalos sin ser ministro ya. Donde preguntar sale muy caro, donde los abogados son multados por hablar. Hoy en día, callar es lo que realmente se gratifica. Omertá”.
Mientras el Gobierno clasifica como secreto de Estado el número de escoltas de José Luis Ábalos, el mundo católico elige nuevo papa en Roma, recordándonos que, al menos allí, los cambios de liderazgo son visibles, públicos y revestidos de cierta solemnidad. Aquí, en cambio, para saber cuándo un exministro deja de tener chófer, tienes que preguntarle a Íker Jiménez.
Y si alguien se atreve a preguntar demasiado, o a filtrar información de una causa judicial, ahí está el juez Peinado —defensor del mutismo procesal— imponiendo multas a los abogados que osen hablar con los medios. España ha conseguido lo que parecía imposible: una justicia sin ruedas de prensa, una política sin explicaciones y unos escándalos sin consecuencias.
Vivimos tiempos en los que cambiar de papa se tarda menos que recibir una consulta médica, y en los que preguntar es más peligroso que delinquir. Este Reino moderno parece que no protege al ciudadano: protege al amiguete.
Hay que reconocerle algo a Ábalos: es un pionero. Mientras en España millones de ciudadanos y ciudadanas esperan meses para ser atendidos por un médico, Ábalos, perfeccionó un sistema para tener protección policial completa, incluso después de ser cesado como ministro. Una sanidad colapsada, pero una escolta privatizada (y gratis) para quien sepa moverse bien en el ecosistema socialista. La España de los amiguetes y hermanetes. Un descaro tangible.
¿Hasta cuándo disfrutó Ábalos de este privilegio? Este es otro de los misterios. El Gobierno de Sánchez, en un alarde de transparencia, declaró que la información es “reservada”. Se entiende: los secretos de Estado son esos que podrían poner en jaque la estabilidad del país, como por ejemplo saber cuántos coches oficiales y cuántos escoltas tuvo Ábalos mientras presuntamente algunos de sus amigos organizaban fiestas o fiestones. Puro thriller, pero de serie C, lo de serie B le queda grande.
La épica de la opacidad, del secretismo y del descaro. Estos progres invocando nada más y nada menos que la Ley de Secretos Oficiales, una ley franquista del 1968, si no me equivoco, (esa que ningún gobierno “de progreso” se ha atrevido a derogar). Lo de las estatuas y calles, es otra cosa), Interior dice que contar la verdad generaría “riesgos graves para la seguridad”. Así que imagínense, queridos lectores y lectoras, a media Europa, sumado con Trump, Putin y Xi Jinping temblando si llegasen a conocer cuántos meses fue Ábalos un personaje importante y blindado.
El cinismo alcanza niveles de final de la copa del Rey, entre Madrid y Barça. Van ahora y nos dicen que la protección especial no cuesta dinero extra. Vamos, que parece que es gratis. Como si tener agentes dedicados a que no te toquen ni te miren, ni veas donde entras, ni con quién, ni en qué vehículos oficiales te mueves y a dónde surgiera de la nada. ¡Un milagro, vamos! como lo es el gasto en Defensa. Otro milagro. Que se lo pregunten a Marlaska. En cualquier caso, la ministra de Sanidad debería aprender a gestionar como gestiona Interior, ¿no? O al menos debería preguntarle.
En cualquier caso, Ábalos parece sacado de la película el último mohicano, pero del sanchismo. Tras ser cesado en 2021, Ábalos no fue arrinconado, sino promocionado como presidente de la Comisión de Interior del Congreso. Es decir, un sospechoso vigilando a los vigilantes. En el ecosistema sanchista una pirueta así no sólo es posible, sino normal. No sé cómo sería en otro ecosistema de otro color político, porque el que gobierna es este y duraran como el conejito de las pilas, mucho, no veo alternativa. Y si miramos al pasado supongo que ocurrirían casos similares, los cortesanos políticos son así. Necesitamos un lifting en la estructura y organización política, para descongestionar al pueblo que nos tienen frititos, ya hay más empleo público que privado. Pero para que eso ocurriera, es decir, menos políticos, menos asesores, menos organismos públicos, menos mamadera, para eso haría falta una reforma profunda e integral en las leyes políticas del Estado y ningún político lo hará. Así que sigamos.
Cuando la trama Koldo estalló —y la marea de corrupción alcanzó las pantorrillas del exministro— se le empujó discretamente al Grupo Mixto. Pero nada de devolver el acta de diputado. No, aquí el acta es como un talismán de inmunidad y la teta no se suelta.
Y todo esto sin que sepamos cuántos viajes hizo a su circunscripción valenciana en 2022, porque, milagrosamente, no dejó rastro contable. Eso sí, estaba muy ocupado aclarando ante Hacienda que no se dedicaba a vender hidrocarburos desde un chalé de lujo vinculado a una empresa morosa con 65 millones de euros de deuda. Peccata minuta.
La historia de Ábalos no va solo de un exministro aferrándose a sus privilegios. Va de un Gobierno que usa las leyes de otro régimen, como les conté antes, para ocultar sus vergüenzas. Vale, otros lo han hecho. Pero ahora toca lo que toca. Esto va de cómo se convierte el Estado en un refugio para amigos caídos en desgracia, mientras el ciudadano de a pie sigue esperando —escolta no, claro, pero al menos una consulta médica— durante meses y años.
Y cuando finalmente preguntas, cuando quieres saber en qué se gastan los impuestos a los que tú contribuyes, la respuesta es siempre la misma: “Eso no es de tu incumbencia”. O si preguntas más, es que eres de la ultraderecha. Que nos han tomado por imbéciles. O si lo dudas, escucha diez segundos al ministro Óscar López, o al tal Puente. Este último esta más amansado últimamente.
Así se construyen las democracias maduras, sí.