La Europa tan previsora y acogedora de que aquí vale todo, ahora resulta que  ha descubierto con asombro que quizás no sea la mejor estrategia depender de otros para que le saquen las castañas del fuego. Esa Europa que en el patio del recreo reparte cromos de colores y llama a su primo cuando el abusón se los quita. Esa Europa ahora resulta que quiere un ejército propio, como si se fueran a poner de acuerdo y como si la idea fuera revolucionaria y no una obviedad, y es  que llevamos ignorando décadas  y décadas mirando hacia otro lado y confiando en que los americanos seguirían siendo nuestros guardaespaldas gratuitos y que se batirán en el cuerpo a cuerpo por nosotros, como en el desembarco Normandía, el día D, representado en la fabulosa película “Salvar al soldado Ryan”, de Spielberg, americanos liberando a Europa del nacismo. Pero ahora a esta Europa hay que liberarla antes que nada,  del tontismo, del buenismo y de los lápices de colores y después  que piensen en un Ejército Europeo.

Mientras tanto, en este Reino nuestro donde la coherencia es un bien escaso,  Sánchez ha decidido que, tras más de un año de pasar de la oposición, es el momento idóneo para llamar a Feijóo. ¿Con qué propósito? Pues pedirle ayuda, cantarle el sin usted no puedo. No será porque escasean los temas urgentes, pero a Sánchez le da igual. Eso él lo sabe y casi todos los sensatos también, hasta Felipe González lo sabe.

La situación es sencilla: Sánchez,  que presume de su invulnerable mayoría progresista,  se va dando cuenta de que necesita ayuda. ¿Por qué? Porque destinar presupuestos a Defensa ya no es algo opcional, sino una exigencia de fuera. De su amiga  Von der Leyen y,  claro, en Bruselas están empezando a sospechar que, si seguimos fiándolo todo a promesas vagas y plazos elásticos, igual se nos ve demasiado el plumero.

Sánchez pretende vender su compromiso inquebrantable con el gasto militar. Tanto es así que promete alcanzar el famoso 2% del PIB antes de lo previsto. ¿Cuándo? No se sabe. ¿Cómo? Menos aún.

Aquí es donde entra el PP. El partido que ganó las elecciones, pero que no gobierna, y ahora tiene la obligación moral de facilitarle la vida política al que quedó segundo. Porque resulta que la mayoría de Sánchez es lo suficientemente robusta para aprobar leyes ideológicas con entusiasmo, pero se vuelve sospechosamente frágil cuando hay que sacar adelante algo de verdadera relevancia. Y si el PP no se presta al juego, ya sabemos a quién se señalará como el gran culpable del desastre: “Europa, yo quería cumplir, pero estos señores de la oposición me lo impiden”. Qué sorpresa.

Pero el sainete no termina aquí. Para poder financiar este aumento del gasto en Defensa, hará falta cuadrar los presupuestos. Y ahora imaginen la escena: Junts, ERC, Bildu y el PNV aplaudiendo un incremento de la inversión en gasto militar. Tan verosímil como un unicornio paseando por la Castellana. Sánchez sabe que su conglomerado de aliados jamás apoyará semejante cosa, pero, lejos de asumir la realidad, prefiere preparar la excusa de siempre: “No es que yo no quiera, es que me dejan solo”.

Si el panorama internacional se complica, que todo apunta que no mejorará, no sería raro que Sánchez posponga las elecciones de 2027. Lo que es seguro es que no las adelantará y mucho menos que dimita.  Al fin y al cabo, si la historia nos ha enseñado algo, es que siempre hay líderes dispuestos a convencernos de que la democracia es prescindible en tiempos difíciles. Pero bueno, si Churchill pudo evitar las urnas en plena Segunda Guerra Mundial, ¿por qué no iba a hacer lo mismo nuestro Sánchez? Ahora toca pedirle la mano al PP, dime que sí cariño.

Y es que ahora se le avecina la caída de otro de los del viaje en coche, Santos Cerdán. Otra ficha del dominó que caerá. Parece que Cerdán está cada vez más cerca del abismo procesal. El informe de la UCO está al caer, y con él, cabe la posibilidad de que el ministro Ángel Víctor Torres y Cerdán acaben tocando la puerta del Supremo. Pero el plato fuerte es Ábalos.

Luis María Pardo, presidente de Iustitia Europa, lo tiene claro: hay un pacto de silencio entre Sánchez y Ábalos, con Pumpido de intermediario, para evitar que el exministro de Transportes termine haciendo turismo carcelario. Es el mismo manual de los ERE: cuando todo se derrumba, el Constitucional aparece con su varita mágica para borrar la vergüenza y garantizar impunidad a los camaradas.

Como la camarada Armengol, que junto con Torres y Cerdán son La Santísima Trinidad de la  presunta corrupción sanitaria. Y es que la tercera autoridad del Estado, Francina, tampoco está fuera de esto. El caso del material sanitario de Baleares y Canarias vuelve a la Audiencia Nacional y es posible que veamos un nuevo capítulo de este culebrón político. La pregunta que flota en el aire de los pasillos tribunos: ¿quién caerá primero? Si la lógica no falla, que aquí falla mucho, debería ser Cerdán. ¿y el siguiente? Yo no me atrevo a predecir…por si acierto.

En el PSOE actual se han aprendido bien la lección de Chaves y Griñán. A Ábalos le han dejado claro que, si se porta bien, en unos años le recibirán con un baño de aplausos, como si fuera un veterano de guerra y no un político acorralado por la corrupción. Y mientras tanto, el fiscal general del Estado ya está en camino para pedir ayuda a Conde-Pumpido, lo que promete otro episodio de tensión entre los poderes del Estado. Porque claro, cuando la Justicia no gusta, siempre se puede buscar una interpretación “creativa” de la ley.

Y si alguien aún no lo ha entendido, que tome nota: se gobierna con la calculada frialdad de quien sabe que tiene el Tribunal Constitucional de su lado.

LOS LUNES CON JUAN INURRIA

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