Que vivimos en una economía subsidiada no tiene vuelta de hoja. Cualquiera con un mínimo de luces lo sabe, aunque parece que las luces últimamente las cortaron por falta de pago, eso si, ojo que no se le cortó a un okupa. Para un gobernante, atender de manera particular a un sector de la ciudadanía o a una empresita amiga es como un iphone en la puerta de un colegio: irresistible. Y, claro, ahí surgen los célebres “estómagos agradecidos”. Ya los conoces, esos que te devuelven el favor con su voto como quien paga en especias. Una mano llena bolsillos, y la otra saca papeletas en las urnas.
A esto, señoras y señores, le llaman populismo. Pero, seamos sinceros: no soluciona los problemas de nadie, salvo los de los suyos. Eso sí, sirve para absorber favores y mantener contentos a los flautistas del sistema, que tocan la melodía de la complacencia sin pestañear. Estos personajes son como si Adam Smith hubiera tenido un gemelo malvado: creen en la mano invisible, pero solo si está metiendo algo en su bolsillo.
Y aquí viene la parte bonita: te quieren convencer de que el problema eres tú. Sí, tú, que no tienes las rodilleras adecuadas ni la espalda lo suficientemente flexible para inclinarte ante el gran gurú. ¿No sabes lamer botas? Pues estás en el lado equivocado de la historia. Aquí hay dos opciones: eres de los arrastrados, o te tildan de ultraderecha. Y ojo, que si encima te gustan los toros, casi mejor que no salgas de casa. Eso sí, el fútbol todavía está permitido, y si eres del Barça, mejor que mejor.
El populismo se alimenta de subvenciones, y cuantos más subvencionados haya, más gordo se pone el monstruo. Es como una versión grotesca del keynesianismo, pero pasada por la batidora de un club de estafadores. Las empresas, mientras tanto, hacen lo que pueden: intentan ganar dinero, contribuir al PIB y, de paso, sobrevivir. Pero, claro, aquí llega el Estado, que no se conforma con la parte que le toca al león: quiere hasta los huesos.
El otro día leí que alguien con salario mínimo saca más limpio que un autónomo que factura 3.000 euros al mes. ¿La moraleja? Mejor hazte subsidiado y deja que el Estado te agarre por donde más duele. Así, siempre estarán seguros de que eres uno de los suyos. Y, mientras tanto, nos venden el cuento del “bien común”. ¿Bien común? Vamos, como si los servicios públicos fueran ese nirvana que prometen. Lo que vemos es otra cosa: privilegios para los de arriba y migajas para el resto.
La política de los estómagos agradecidos no es nada nuevo. Ya en el 70 a.C., Roma estaba llena de clientelismo. Hasta que, claro, la fiesta se hizo insostenible. El problema es que aquí nadie parece haber leído ni a Cicerón ni a Hayek. Y, mientras tanto, el gobierno sigue manejando el dinero como si les perteneciera, repartiéndolo entre los suyos con una generosidad digna de un emperador, pero siempre a costa de los demás.
¿Y el gobierno actual? ¡Ay, los vericuetos mentales de nuestros estrategas! Nos quieren vender que todo lo que sucede es verdad absoluta solo porque lo dice Sánchez, Bolaños o la ministra de Trabajo. O porque lo proclama la futura reina del PSOE andaluz. El poder se consolida con un ejército de fieles: ministros que hacen lo que Sánchez manda, subordinados que siguen a esos ministros y, finalmente, una red de obediencia ciega que no deja espacio para la disidencia.
El “Santísimo” se perpetúa porque, seamos claros, no hay otro partido político que tenga más estómagos agradecidos. Y el resto mira para otro lado, como si la política fuera cosa de los políticos. Y mientras tanto, el resto asistimos al espectáculo, incapaces de cambiar nada porque la oposición hace mucho tiempo que dejó de serlo y solo hay oposición en Madrid y con la de Madrid.
¿Y la verdad? La verdad es la que dicta el poder. Como la que proclama en el video de la conmemoración de la muerte de Franco, haciendo ver la falsedad de que en la España franquista, se prohibió proyectar Con faldas y a lo loco, cuando la magistral peli se estrenó finalmente sin cortes en octubre de 1963. Y el dictador estaba vivísimo. La propaganda no tiene límites, y siempre habrá un iluminado que lo judicialice.
Y así seguimos: entre subsidios, rodilleras y una economía que, como diría Milton Friedman, parece diseñada por alguien que nunca entendió que no hay almuerzo gratis. Pero no te preocupes, que siempre podrás buscar un trabajo en Google y si eres del hermanísimo lo encuentra con solo un clik… y es que hoy la mayoría o las minorías unidas se tragan todo lo que les sirvan, sin importar el tamaño.
LOS LUNES CON JUAN INURRIA – Periódico El Día