Ahora los años los fabrican en China; no duran nada. Ya se nos ha escapado el 2024. Quedan dos días. Mientras transcurría el año, han pasado cosas, todas las que ocurren en un año. Y todo sigue igual, como cantaba Julio Iglesias. Entre tanto, hemos tenido la noche del 24, en la que la mayoría escuchamos de fondo el discurso real de Nochebuena. Hablando con corrección “real”, donde dijo «crispación» debió decir «corrupción». Pero ya saben, aquí nadie se moja, por lo que pueda pasar.

Lo que sí pasará en 2025 es que la carga impositiva seguirá subiendo, los servicios seguirán menguando, y los asesores, organismos políticos, tíos, tías, cuñados, primos, hermanos y sobrinos seguirán aumentando. Nepotismo, lo llaman. Pero mira cómo suben los peces en el río… y suben y suben. Las subidas de impuestos no se han traducido en una reducción del déficit. Este año se ha recaudado un 40% más. ¿Tú lo has notado? Ellos sí. El caso es que seguirán camuflando estas subidas como logros para el bien común: sanidad, educación y todo eso. Mientras, me cuentan que hay quien todavía se lo cree, aparte de los que viven de ello.

En fin, con este panorama siempre nos queda el Poder Judicial, que pone el punto de sensatez y coherencia en este sainete.

Este 2024, me he ajustado la toga más de una vez pensando que estoy en un circo. Un circo romano, claro está, con el Poder Judicial como la arena donde los leones (políticos, opinólogos y demás) rondan con ansias de que el Gladiador de su equipo le saque las tripas al otro.

Al igual que en el Foro de Trajano, donde las leyes se discutían bajo estatuas de mármol, algunos de nosotros seguimos pensando en el juramento con la devoción que cabría esperar de un vestal en su noche de guardia. Ese juramento de «guardar y hacer guardar la Constitución», que ancla todo a la independencia judicial. Pero sé que fuera se desatan intrigas –chanchullos– más propias del Senado en la época de Augusto que de una democracia moderna.

La primera lid llegó con la Ley de Amnistía, ese caballo de Troya enviado por los bárbaros del pacto político. Algunos dijeron que era una ofrenda de paz; otros, que era el precio que se pagaba por formar gobierno. Pero la realidad era otra: un golpe en las espinillas al Tribunal Supremo, que había hecho su trabajo con la disciplina de un legionario y que ahora veía cómo sus sentencias eran sacrificadas en aras de un acuerdo. El trabajo de Marchena y los suyos se quedó en nada, como en una burla en la que el correcaminos esquiva al coyote una y otra vez.

Mientras tanto, el anfiteatro social estallaba en vítores y abucheos, y nosotros, en silencio, manteníamos nuestra espada afilada y la mirada firme, pensando que son cosas que pasan. ¿O no?

Como si eso no bastara, 2024 nos regaló la tragicomedia del Consejo General del Poder Judicial. Diez años –¡diez!– sin renovar un órgano que debería refrescarse cada lustro, como dictan nuestras propias tablillas de arcilla constitucional. Cuando el Senado político no logró un acuerdo, se optó por la mediación de un emisario europeo. Siempre nos queda Europa, tan lista ella. Así, entre reuniones en Bruselas y discursos de la Comisión de Venecia, parecía que España había vuelto a ser una provincia del Imperio, esperando órdenes de la metrópoli.

El desenlace, como era previsible, fue un reparto de poder más digno de un banquete entre senadores que de una reforma seria. Los dos grandes partidos, cual patricios en disputa, se repartieron los escaños del Consejo como quien reparte provincias. Y para colmo, la elección de la Presidencia, salpicada de vetos y maniobras, terminó reflejando lo que ya sabíamos: aquí nadie escapa al juego de la política.

Pero, como en todo buen espectáculo, el clímax llegó con las causas judiciales de alto perfil. Algunos de los nombres más célebres del Coliseo político desfilaron por nuestras salas, mientras los gritos de la plebe –esos tertulianos de taberna– llenaban el aire con acusaciones de parcialidad, desprecio y quién sabe cuántas cosas más. Que si los jueces están vendidos, que si obedecen a César o Pompeyo, que si traicionan la separación de poderes… Lo de siempre, pero con más veneno y menos respeto por los magistrados y magistradas.

Cierra así un año en el que la independencia judicial ha sido atacada con la furia de un bárbaro al que se le niega la entrada a las puertas de Roma. Sin embargo, hay que creer en su independencia –al menos, I believe– y seguir firmes como el Panteón, porque juraron –o prometieron, ya no lo sé– ser los guardianes del Derecho. Ese juramento, aunque los tiempos sean complejos y las batallas intensas, debe permanecer tan incólume como las columnas del Foro: eterno, solemne y, sobre todo, verdadero.

¡Feliz entrada de año! Y gracias por dedicar su tiempo a leer estas líneas.

LOS LUNES CON JUAN INURRA – Periódico EL DÍA

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