España se parece estos días a un escenario de ópera en el que los cantantes se baten a pulmón mientras el teatro arde por los cimientos. Las voces suben, los focos ciegan, la platea aplaude, pero el fuego avanza entre los espectadores sin que nadie se levante a coger un extintor. Sánchez se ha lanzado a la escena internacional con gestos y declaraciones que se multiplican en minutos, esta semana esta en asuntos internacionales. Medidas contra Israel, condenas en prime time y un ejército que acompañan las caceroladas en la calle. Todo muy épico, hasta que uno recuerda , que poco le importa lo que tiene cerca y mas lo que le aleja y que en Canarias lo que resuena no es diplomacia sino el crepitar de los montes cuando empieza a soplar el alisio seco, como la semana que nos deja. Y Madrid también nos deja. Y CC sigue apoyando a este Sánchez. ¿Me lo explican?

Las protestas pro-Palestina interrumpen, no solo  la Vuelta Ciclista  y en La Laguna, su regidor dice que por allí la Vuelta no pasa, alegando razones que disfrazan la ideología de logística. El deporte, convertido en barricada política, ilustra hasta qué punto  se ha vuelto munición de campana y de despiste a lo que realmente preocupa. El presidente parece encantado: cada cacerola suena como un aplauso a su política exterior, aunque el eco verdadero esté en la macrocausa que se cocina en el Tribunal Supremo. Y en las otras causas. Pero eso parece no importarle.

Mientras esto ocurre, el magistrado Leopoldo Puente habla ya de “indicios suficientes” para imputar al PSOE por financiación ilegal. Y los titulares se distraen con Gaza y con las banderas en las carreteras, el foco judicial aprieta: Santos Cerdán, número tres del partido, seguirá en prisión provisional tras denegársele la libertad. El hombre que hasta hace poco gestionaba las costuras internas del socialismo se convierte así en huésped involuntario de un Estado de derecho que, a veces, despierta. A veces. Cuando el tesorero suena más que el ideólogo, y el aplauso ministerial compite con la toga judicial, la épica de la solidaridad internacional se vuelve puro maquillaje. Ningún comunicado ni candidatura al Nobel consigue tapar los datos, que matan cualquier relato.

Por si la realidad no fuese suficientemente grotesca, se suma el numerito cortesano: el ministro Ángel Víctor Torres, en un acto de obediencia que roza lo paródico, ha propuesto a Sánchez para el Premio Nobel de la Paz. El ex presidente canario, reciclado en ministro, interpreta el papel de claque perfecta: mientras el partido se asoma a la imputación y su número tres duerme entre barrotes, él imagina a su jefe paseando por Oslo como salvador del planeta. Valle-Inclán pediría derechos de autor. Y lo más inquietante es que si mañana Sánchez anunciara la creación de un “Instituto Nacional de Horóscopos para Peces”, sus fieles lo aplaudirían y se lanzarían a convencernos de que es la medida que salvará el futuro de los océanos. Tal es la gimnasia del seguidismo. Mientras miran para otro lado con el tema de las pulseras. Y no pasa nada. Aunque pasa.

Mientras en Madrid se juega a cancillería exprés, en Canarias se prueba el experimento de laboratorio que todo urbanista progresista sueña: una moratoria de alquiler vacacional presentada como “política de vivienda” y vivida por propietarios e inversores como un salto mortal sin red. Registro obligatorio, mayoría de tres quintos en la comunidad para autorizar viviendas, retroactividad que se desliza como un cuchillo por la espalda de la seguridad jurídica. Todo bajo el pretexto de proteger al vecino de la gentrificación, aunque el vecino termine pagando un alquiler más caro o mudándose a la otra punta de la isla. Y el propietario tenga que pagar protección antiocupa a compañías privadas que están privadas con esta bicoca.

El contraste es brutal. Mientras que en  La Moncloa se juega al Risk internacional; en La Orotava o en Adeje se apagan fuegos de verdad y se discute si un apartamento turístico puede seguir abierto mañana. El humo que ahoga aquí no viene de Gaza. Pero el que importa no es este es el otro, siempre importa lo que viene de lejos.

Si uno junta las piezas, el paisaje se vuelve digno de esperpento: un presidente instalado en la diplomacia de gesto rápido y candidato a Nobel por méritos de gabinete de comunicación.

Un partido que amenaza con estrenar toga de investigado mientras su número tres permanece en prisión. Un archipiélago que prueba en carne propia la versión 3.0 del intervencionismo inmobiliario, justo cuando el cambio climático convierte cada monte en un polvorín. Y que no paran de llegar, abriéndose paso a codazos. Y una profesión jurídica que clama por rigor mientras la política se comporta como si el Derecho fuera un trámite de ventanilla única.

El resultado es un país que exporta indignación y acumula brasas. Que se indigna por Gaza pero deja que aquí nos quememos; que vigila la pureza ideológica de los alquileres vacacionales mientras los jóvenes no encuentran casa ni para alquilar con contrato de temporada; que predica “Europa social” mientras Ryanair cierra base en Santiago y despide a cien trabajadores de tierra. Menos mal que tenemos a Binter.

La política nacional es un “teatro de gorgoritos” y los que no quieren verlo, tienen ahora al guardián de la política exterior. Aunque conviene que vigilemos el bosque que tenemos al lado. Porque el próximo incendio no pedirá visado. Esta tan cerca que algunos ya están dentro.

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