El mismo día que Europa refuerza la libertad de prensa, el Gobierno español impulsa una ley para blindar el secreto oficial, con multas millonarias a periodistas y control político sobre la información. Entre la navaja de Ockham y el veto a Vito Quiles, la mordaza informativa deja de ser teoría para convertirse en práctica. Y es que no hay futuro para las libertades, sean las que sean, si no se defienden y para eso hace falta valor o valentía, individual o colectiva, y sin ella no hay ciudadanos ni ciudadanas, no hay pueblo, solo súbditos que tributan, obedientes y sumisos. Siguiendo el dogma que marca el amado líder, esa afirmación que no nos permiten criticar, bajo pena de patíbulo.
El 8 de agosto, el mes chiringuitil por excelencia, en Bruselas sonaba la entrada en vigor del nuevo Reglamento Europeo sobre la Libertad de los Medios de Comunicación. Aquí, en cambio, en España, Félix Bolaños afinaba su partitura para un concierto muy distinto: la Ley de Información Clasificada.
La UE habla de transparencia, independencia editorial y protección de las fuentes. El sanchismo, con Bolaños a la cabeza, responde con un manual para blindar el secreto, sancionar al periodista y mantener a raya lo que se puede decir y lo que no.
Sí, queridos lectores: el mismo día que Europa refuerza la libertad de prensa, España se reserva el derecho a multar con hasta 2,5 millones de euros a quien publique un documento clasificado. Libertad, sí… pero con bozal homologado por el sanchismo y etiqueta de que es por seguridad.
Es el viejo truco del “es por tu bien”. La venta oficial de esta norma es seductora: desclasificación automática, plazos claros, protección frente a la ocultación de crímenes de lesa humanidad… todo muy europeo en el papel. Pero luego uno se asoma al reglamento interno y descubre que la llave de la caja fuerte de la información no la tiene el juez, o el poder judicial, sino una autoridad dependiente del Ministerio de la Presidencia, de Bolaños, ahora; después será de otro, eso da igual.
Y cuando el que decide qué es secreto y qué no es, el mismo que teme que le abran los cajones y vean los ratones muertos y nos lo cuenten… ya sabemos cómo acaba la película.
Veamos. El reglamento de Bruselas no es fútil: prohíbe injerencias políticas en la labor informativa, protege las fuentes frente a intromisiones y obliga a la transparencia en la propiedad de los medios. Pero en España, la nueva ley de Bolaños se reserva la facultad de convertir la información incómoda en papel invisible durante décadas.
No es solo una colisión normativa, es un choque frontal. La UE construye un puente hacia más libertad y Moncloa cava un foso para que no crucemos. Es lo que hay.
Y ahora me acuerdo de una película en la que, aplicando la célebre navaja de Ockham —esa regla filosófica que aconseja no multiplicar las explicaciones sin necesidad—, la conclusión es simple: si el Gobierno dice que esta ley es “para protegernos” y, al mismo tiempo, concentra en sí mismo la capacidad de decidir qué se puede contar, lo más probable es que el objetivo no sea la seguridad nacional… sino la seguridad de los gobiernos y sus gobernantes. Que no nos enteremos de lo que pasa y hacen.
No hace falta montar teorías conspirativas cuando la opción más sencilla es la más evidente: quien controla el secreto, controla el relato. ¿o no? Así que otra norma más, y es que no paran de regular y regular y más regular. Y es que mientras más leyes tiene un Estado más corrupto es, y esta frase no es mía, la dejó escrita Tácito. Hace muchos siglos. Y otra cosa que dejó escrita en su obra Historias nos viene al pelo para esta crónica. Decía: “Raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa”. ¿Les suena de algo? Y es que la historia es cíclica.
Y si alguien piensa que esto es un debate abstracto, ahí está el reciente veto del Congreso al periodista Vito Quiles, que vio retirada su acreditación parlamentaria por razones que el propio Parlamento decidió no detallar.
No hablamos ya de “clasificar” un documento, sino de clasificar a un periodista como persona non grata en la Cámara, cerrándole la puerta a la fuente directa de la información política. El mensaje es claro: si no gustas, no entras.
El caso Quiles ilustra que la mordaza no siempre se aplica con multas o sentencias: basta con negar acceso para que la información se enfríe, se diluya y, finalmente, se olvide. Y que tú no te enteres. Y que solo te enteres de lo que cuentan los paniaguados.
El miedo como herramienta de gobierno. Y es que las multas millonarias que proponen no son un accidente técnico, son un mensaje: “Piénsatelo dos veces antes de publicar”. No se persigue solo al informador, se educa al resto en la autocensura.
De ahí que, en lugar de investigar, nos limitemos a reproducir notas de prensa oficiales, hay solo un paso. Y algunos ya lo han dado.
Pero es agosto y no creo que me lea ni mi hijo, pero Europa nos está diciendo que el periodismo libre es un pilar democrático. El sanchismo con sus bolañadas nos recuerda que la seguridad nacional es prioritaria. La pregunta es: ¿seguridad de quién? Porque proteger los secretos de Estado está bien… salvo que el Estado use esa coartada para protegerse de sus ciudadanos y de la soberanía popular, que la teme y mucho.
Mientras tanto, desde Canarias seguimos viendo cómo el eco de Bruselas se amortigua en la alfombra roja en La Mareta, donde nuestro presidente canario va a ver si le falta hielo o alguna cosita al presidente nacional.
Al final, la libertad de prensa en España parece una de esas fotos oficiales: todos sonríen porque alguien ya ha decidido quién.
Pues hasta la semana que viene. Por hoy me quedo leyendo Meditación sobre la obediencia y la libertad.