Recordé a Pablo Carbonell en La Bola de Cristal, en concreto salía en un breve sketch –creo que se dice así– que duraba unos segundos y salía caracterizado de un Frankestein bobalicón, mientras se acercaba a la cámara para espetar la frase que más o menos decía: «Si no te quieres quedar como yo, lee». Y es que leyendo se curan muchas cosas, y también se aprende. Se cura por ejemplo el tontismo ilustrado. Y es que estoy cansado de escuchar, incluso a ilustres con título, espetar que el Rey no debe sancionar la ley de la amnistía que ha preparado Sánchez.
Y es que si pensamos y recordamos un poquito, o leemos, lo que el ejecutivo le presente al Rey viene dado por la unión de dos palabras que tantos debates costó casar, y no es otra cosa que parlamentarismo y monarquía. Que le pregunten a esos padres de la Constitución que se sentaron el 31 de octubre junto a la futura Reina, Miguel Herrero y Miquel Roca. Testimonios vivientes de lo que se fraguó desde el 76 y se votó en el 78. Por cierto, dos migueles como el arcángel, aquel que según la Iglesia era el oponente directo de Satanás.
El articulo 1.3 de la Constitución del 78 nos establece por imperativo soberano cuál es la forma política del Estado español, no es otra que la Monarquía parlamentaria. Sería bueno que quien tiene DNI y vote cada vez que toque conozca qué es eso. Sería bueno que dejáramos de lado la moda de la involución. Sería bueno que la incultura dejara de campar por sus anchas en amplios sustratos de la sociedad. Sería bueno que en los planes de estudio se incluyeran notas sobre este particular y que los viveros de los futuros ciudadanos y ciudadanas contaran con un sustrato mínimo de conocimientos estructurales de cómo se organiza y gobierna políticamente el país que habitan.
Hace ya algunos años, yo diría que bastantes, tuve la gran suerte de recibir las clases magistrales de Jorge Méndez Lima, mi profesor de Derecho Político en la ULL. Por aquellos años se organizaban debates universitarios sobre Derecho Político y Constitucionalismo. Donde nos inculcaban que el derecho constitucional suponía una especifica voluntad de convivencia basada en la seguridad y certeza del derecho. A saber a qué atenerse respecto al comportamiento político y sus consecuencias. Que fuese imposible la arbitrariedad, y que el poder no destruya la libertad. Y yo, ingenuo hasta hace poco, me lo creí.
En esos debates surgió el planteamiento de cómo el Rey iba a sancionar las leyes que procedían del poder legislativo. En ese caso estaríamos nuevamente otorgando la facultad al Rey de vetar una ley y retrasar con ello su puesta en funcionamiento de esa ley –como ocurre, por cierto, en otros países monárquicos–. Pero no. El acto de sanción del Rey es lo que se denomina un acto debido, porque así lo establece el Art. 91 de la Constitución y el Rey, juró la Constitución –como su hija el pasado 31 de octubre– y por ese sometimiento se tendrá que tragar ese sapo venidero. La amnistía.
La sanción no es más que un acto de perfeccionamiento de la ley. Esa ley que le llevará Sánchez al despacho Real para que la firme. El planteamiento de la negativa real, a que Felipe VI no la firme, es más bien un planteamiento de ciencia ficción.
En este terreno nos movemos y hay que reconocer que nuestra Constitución huye de todo protagonismo Real en la elaboración de las leyes.
Por lo que de salir adelante la ley de amnistía, esta se promulgará y publicará. Con la promulgación se le otorgará fuerza obligatoria a esta y con la publicación se hará saber al resto la voluntad del legislador. La Voluntad de Sánchez.
LOS LUNES CON JUAN INURRA – Periódico EL DÍA
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