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Compras de Navidad

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El pasado viernes, un compañero que tiene su despacho en la céntrica calle Castillo de Santa Cruz me envió un mensaje a eso de las dos de la tarde diciéndome que le era imposible acudir al almuerzo navideño. Que se asomó al balcón y solo veía cabecitas donde debajo estaban esos cuerpos corriendo deprisa para llegar a no se donde, que si botaba un alfiler a la calle no llegaba al suelo. Gente, mucha gente como una “bulla” en Sevilla en Semana Santa. Y es que mi amigo tiene que seguir trabajando, pese al molesto ruido que no le deja concentrarse para responder a todo lo que le llega estos días de los Juzgados. Estos días los funcionarios trabajan mucho, se van de vacaciones y quieren hacer todo lo que no han hecho durante el año, para poder irse de eso que llaman asuntos propios y volver el 15 de enero.

Y es que las compras de Navidad son un auténtico coñazo, las colas insoportables, sobre todo la de las carreteras y la gente chocando una con otra sin solución de continuidad, no digamos. El consumismo inventa nuevas fórmulas, como los black fridays y las noches en blanco y similares, que no hacen sino complicarles la vida a los ciudadanos y engañarlos. Y hacernos ver que siempre estamos de rebaja.

Yo me fío más de las viejas rebajas, las de toda la vida, las dos, las de reyes y las de verano, que comienzan en enero y en julio y no terminan nunca. No sé, les tengo más confianza a las tradicionales fórmulas comerciales de los años en que la gente se arremolinaba desde las ocho de la mañana para alcanzar la prenda deseada. Y firmas elegantes, selectas, varias de ellas, reúnen todavía hoy a sus mejores clientes en un salón, el día antes de que comiencen oficialmente las rebajas, para que elijan lo que quieran previo al gran tumulto.

Yo recuerdo, en Madrid y en Sevilla, asistir a esas citas de lujo en las que uno podía adquirir una camisa o un bolso único con un descuento brutal. Aquello era fantástico, no las avalanchas de ahora, las colas y la más absoluta incomodidad. Malos modos incluidos, sobre todo de los que venden el producto de todo a un euro.

La Navidad es sinónimo de consumo loco y desbaratado, que no conduce a nada. Se compra lo que no se necesita. Ress es un amigo portugués que piensa que es mucho más útil esperar a las rebajas, posponer los regalos y aprovechar esos descuentos aparentemente fantásticos, pero los de verdad. También es mucho más útil hacerse uno un regalo de calidad en vez de veinte pequeñeces que al cabo de los meses no sabes qué hacer con ellas.

La culpa de estos regalitos que se rompen enseguida y que tienen poca o nula utilidad la tienen los chinos, que fabrican para que se bote. Cambiaron cantidad por calidad, y así nos va. Excepto cuando copian, las falsificaciones las bordan casi todas, haciéndoles la puñeta a los fabricantes de lujo, a quienes después no les queda más remedio que demandar y denunciar, al final para nada. Hay gente que busca los plagios de los chinos y después entran en las grandes firmas se hacen un selfie para justificar socialmente su compra de lujo. Y es que hay mucho totufo y mucha sangre azul con números rojos.

En Francia, por ejemplo, cuando un gendarme del aeropuerto te ve con un Louis Vuitton falso, te lo quita y te pone una multa equivalente al mismo importe que el original. No se les ocurra ir a Francia con un producto de lujo francés falsificado ni con un Rolex, porque mira que hay magos con Trolex. Te crujen. Y me parece bien, porque se está copiando una obra de arte con material barato y adulterando la idea, y perjudicando a los trabajadores, que es todavía más grave. Una patente es una patente y también es la garantía de que el esfuerzo personal no se convierta en una copia. Para copiones ya tenemos a Pedro Sánchez, que no sólo fusiló su tesis, sino que ahora le copió a Matilde Asensi el título de su nuevo libro, que ni siquiera escribió. De hacerlo sería ya la leche, como el jefe de Corea del Norte que hasta dijo que escribió el solo el Quijote en un día.

En fin, cuidado con la Navidad y con el consumismo exacerbado que no sirve para nada sino para alentar al comprador compulsivo que cada uno lleva dentro. Yo uno de ellos. Y que ayer estuviera todo abierto, fue una gozada.

LOS LUNES CON JUAN INURRA – Periódico EL DÍA
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