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Algarabía, manifestación y el petróleo de Canarias

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El día antes de la manifestación coincidí en el asiento del avión con Carmelo, que sabe mucho de Canarias. Ha viajado mucho. Estuvo metido en jaleos políticos. El trayecto dio para mucho y me encargó con ímpetu que dejara en mi crónica del lunes detalles de la conversación ¿a ver si te atrevés? me dijo, cuando nos despedimos. La charla fue muy muy interesante. Carmelo me contó que, detrás de una manifestación, hay siempre un motivo, generalmente oculto. Detrás de las que se han celebrado en las islas, con éxito diverso, hay poderosos enemigos de la estabilidad de las islas y algunos románticos bienintencionados, víctimas de su buena voluntad. Hoy, mañana, los tabloides británicos y alemanes empezarán a señalar a Canarias como enemiga de la industria que les da de comer. No hay marcha atrás. O que nosotros seamos los turoperadores Hle dije yo–.

En la isla de Gran Canaria hace diez años que no se construye un hotel. Los que están en construcción en Tenerife cuentan con todos los permisos habidos y por haber; Cuna del Alma y La Tejita aparentemente son legales. Lo que no es legal aparentemente es que sujetos de diversa condición invadan sus propiedades y dificulten su construcción. Lo de invadir propiedades en un país que cada vez cuesta menos la propiedad privada y se premia la invasión.

Una manifestación es una reivindicación social, y una maravilla para protestar y expresarse en libertad –añado– pero también puede ser una trampa. Y su gestación puede proceder no sólo de países rivales, sino de intereses poco puros y nada independientes: hay que destruir a Canarias y a su principal modo de vida para que el turismo se vaya a Marruecos y a Túnez, por ejemplo. O que aquí en Canarias se gestione de forma que la saturación deje de ser una costumbre, añado.

Decir esto hoy en día –me aclara Carmelo– puede parecer políticamente incorrecto, pero yo estoy harto de lo políticamente correcto, que es algo todavía más dañino que la inteligencia artificial. Ahora todo ya lo hacen las máquinas, el hombre ha desaparecido, nuestras vidas las están organizando aparatos que, lejos de aportarnos riqueza, nos traerán dolor. Ir en contra del oro de Canarias, como lo es el turismo, no es buena idea.

Las islas están concebidas, lo han estado siempre, desde los 50 del siglo pasado, por una costa turística, medianías agrícolas y corona forestal intocable. Y pongo un ejemplo. Tenerife tiene un millón doscientos mil habitantes y unas 200.000 camas ocupadas turísticamente al mismo tiempo, diariamente. Esto no es significativo, lo es mucho más –y esto también es políticamente incorrecto– la caritativa entrega de nuestros recursos económicos y sanitarios a los foráneos, que es una trasgresión legal motivada lamentablemente por la mala gestión gubernamental aquí y en África, por ejemplo. Los gobernantes corruptos los encontramos en todos sitios, pero en algunos llevan el hambre a sus pueblos, hasta se organizan matanzas y eso lleva a corrientes migratorias para aliviar su incontrolada presión demográfica. España tiene nula influencia en su solución y solo hace tragar y tragar.

Decir esto no me lo van a perdonar los demagogos, pero se trata del Evangelio, Juan. Es fácil jugar con los sentimientos de la gente, chupándole sus recursos y haciendo presión desde unos medios de comunicación insensatos, que son engañados o quizá comprados –y no siempre con dinero– sino con promesas de ayudas que luego no se cumplen. Hoy es la costumbre.

Yo no tengo varitas mágicas, ni soluciones inmediatas e infalibles. Sólo pido reflexión y cabeza, pero me da que esto es imposible. Mira, Juan, lo que pasó en Vilaflor: no pasar las líneas eléctricas por entre los pinos, disimulándolas, dio lugar al adefesio eléctrico de la autopista del Sur. ¿Qué era preferible, ceder a la presión de 100.000 personas, a su demagogia, o destrozar la isla de Tenerife? Eligieron el destrozo, porque lo de las líneas eléctricas por la autopista del Sur es un auténtico destrozo. Elijan ahora, turismo o turismofobia. Y el Mirror y otros chupándose los dedos.

LOS LUNES CON JUAN INURRA – Periódico EL DÍA
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