Errejón no fue detenido ni conducido por la policía nacional a un calabozo para pasar la noche y luego ser puesto a disposición judicial, que es lo que les ocurre a todos aquellos denunciados por supuestas víctimas de violencia de género. No, a él no le pasó. Francisco Tomás y Valiente, magnífico jurista, expresidente del Tribunal Constitucional y asesinado por la banda terrorista ETA, escribía que «La libertad, una vez perdida, nunca se recupera totalmente». Por aquella época, defendía la necesidad de preservar las libertades fundamentales frente a presiones populares o ideológicas.
Y es que, si te denuncian por este tipo de delito, nadie te libra de pasar una noche en el calabozo, que te fichen y termines en los archivos policiales como presunto criminal. Pero no, a Errejón no le pasó. Lo que hoy no admite discusión es que la permisividad hacia las denuncias anónimas y los juicios sociales ha puesto en peligro la libertad y los derechos individuales, convirtiendo el sistema judicial en un instrumento de censura y no de justicia. El derecho penal no debe ser un instrumento de venganza, sino de protección de las libertades y derechos de los justiciables. Sin embargo, veo a diario esta costumbre de instrumentalizar el derecho penal para todo, usando a una fiscalía que se deja llevar, colaborando sin un riguroso análisis de los casos, sean del tipo que sean. La imputación se ha convertido en una bala de gatillo fácil, disparada sin mirar al objetivo.
Y ahora, por cuestiones del destino o por el interés de Podemos, quien padece esta situación es uno de los mismos promotores de este sistema. El próximo día 12, Errejón tiene cita con el juez instructor de su caso, que aparentemente va a sumar muchas más denuncias. En apariencia, parece que era un depredador en serie. Vaya paradoja: el verdugo se convierte en víctima.
Por otro lado, esta semana, a raíz de lo que adelanté en mi columna del lunes, he conocido el término “wokismo”. Tengo que admitir que no sabía de qué se trataba, y eso me incomoda, no saber algo. Pero, como se predijo, Trump ganó, arrasando con casi 5 millones de votos de diferencia. En este proceso, entendí el wokismo: me lo explicaron como el retorno de la sensatez y el fin de ciertas «extravagancias» intelectuales mercadonianas, aquellas que parecen venir empaquetadas por algún iluminado californiano que proclama ideas mesiánicas y nuevas palabras para la moral social, como “les elles”. Con la vuelta de Trump, parece que se busca regresar a lo naturalmente inmutable, como la cantidad de géneros, y liberarnos de las imposiciones del pensamiento único. En este país, estas corrientes neocomunistas fruto del 15M abrazaron el odio a la cultura occidental, buscando imponer una historia de un solo color. Supongo que ahora Disney, con sus personajes no-binarios, tendrá que replantearse los cuentos.
Y hablando de cuentos, los sistemas de alerta han vuelto incómodos los sillones que ocupan algunos políticos de escasa reputación, como mencioné el lunes pasado. Ahora estamos en una fase en la que no se habla ni de la esposa de Sánchez, ni de Ábalos, ni de “Don Álvarone” –como algunos medios llaman al Fiscal General–; ahora el foco está en el «tú más», en si fue Mazón o Sánchez quien tuvo más responsabilidad. ¿Acaso hay dudas? Ni uno ni otro: fueron ambos responsables. En cuanto a la culpabilidad, los tribunales, que para eso están, lo determinarán. Lo dirán tarde, pero lo dirán; o, en términos técnicos, se pronunciarán cuando sea su momento.